Todos se quedan quietos,
preservan la desidia.
Como si fuera un don.
Y los convirtiera en seres
de otra clase.
Como si la mediocridad,
al compartirse
se extinguiera.
En un mar de rituales
mundanos.
Hacemos la comida,
cogemos,
cagamos.
Y en esa vida,
nos evaporamos.
Sin dejar rastro.
Sin sentir,
sin vivir.
Sin amarnos.
miércoles, 25 de agosto de 2010
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